Entrevista a Borja de Riquer, historiador"La lengua catalana es el vehículo de un legado que no se puede traducir"
Público habla con el historiador en vísperas de Sant Jordi. Publica 'La memòria dels catalans', una monumental obra colectiva.

Barcelona-
El historiador Borja de Riquer (Barcelona, 1945), catedrático emérito de la Universitat Autònoma de Barcelona, es especialista en la historia del catalanismo político y del franquismo. Tras dedicar buena parte de su prolífica trayectoria a la figura de Francesc Cambó y a la Lliga Regionalista, y de escribir más de una decena de libros, ahora vuelve a las librerías con La memòria dels catalans (Edicions 62), una monumental obra colectiva de más de 1.000 páginas que reúne los elementos más emblemáticos —símbolos, mitos, personajes, tradiciones, lugares— que definen el imaginario colectivo de la ciudadanía de Catalunya.
Lo entrevistamos en vísperas de Sant Jordi, pero también en un momento clave para la lengua y la cultura catalanas. La globalización y la llegada de cientos de miles de personas extranjeras están transformando la sociedad, mientras que el catalán atraviesa una situación de emergencia. En esta conversación reflexionamos sobre la lengua como eje vertebrador de la identidad, y sobre la represión y la resistencia como elementos centrales del relato colectivo catalán.
¿Cuál es la intención detrás de La memòria dels catalans?
Este libro responde a una triple necesidad. En primer lugar, por parte de los historiadores de Catalunya era necesario explicar el largo y complejo proceso de construcción de la identidad catalana. Hasta ahora se habían hecho cosas parciales, pero no se había escrito un libro con una visión tan ambiciosa. En segundo lugar, responde a una necesidad social. El ciudadano está interesado en el conjunto de referentes que le ayudan a comprender cuál es su identidad y cómo ha evolucionado. Evidentemente, había que escribir un libro de divulgación que pudiera entender cualquier lector. No es un texto para gente del ámbito académico, que es una tendencia que a menudo predomina en los productos historiográficos. Y, en tercer lugar, hay que destacar el reto empresarial por parte de Edicions 62. Emprender un libro con 136 autores es toda una aventura editorial.
¿Cuál ha sido el proceso de selección de símbolos? ¿Son fruto del consenso de los más de 100 expertos participantes?
Hace seis años hice un proyecto bastante más limitado y guiado por el libro de Pierre Nora, pero me di cuenta de que el caso francés es muy distinto del catalán. Francia es un Estado potente que desde el siglo XVI desarrolla políticas públicas que acaban creando una identidad francesa muy arraigada, que hace desaparecer las otras identidades que había dentro del territorio. Los bretones, catalanes y occitanos quedan muy reducidos.
En cambio, Catalunya no se parece en nada. Es un país que tiene estructuras de estado hasta 1714. Las pierde y es sometido a una ofensiva no solo política, sino sobre todo cultural, ideológica e historiográfica, en la que los referentes antiguos no se tienen en cuenta y se quieren imponer los del Estado español. En 1866, el historiador Víctor Balaguer se queja de este hecho, lo cual obligó a estudiar las reacciones y la resistencia de la sociedad civil, no tanto de las instituciones políticas.
¿Qué peso tienen las instituciones catalanas en la construcción de esta memoria?
Esa es la cuestión. Solo en determinados momentos históricos las instituciones han tenido una sensibilidad catalana y han desarrollado políticas públicas. A menudo se han llevado a cabo políticas españolas —más o menos agresivas, dependiendo del momento, si hay una dictadura o cierta tolerancia— que han intentado relegar la identidad catalana a una segunda categoría, porque lo importante era lo español-castellano. Esto ha provocado una reacción: intelectuales, periodistas, entidades de la sociedad civil, castellers... Cada cual, desde su lugar, rescataba y defendía la identidad catalana. Por eso tenemos un tejido tan amplio en el libro e incorporamos también las asociaciones, las tradiciones, la música, el arte, los monumentos, los museos, etc. Había que añadir no solo el discurso de los historiadores sobre los hechos catalanes, mitos y leyendas, sino muchas más cosas para entender nuestra identidad.
A menudo se han llevado a cabo políticas españolas que han intentado relegar la identidad catalana a una segunda categoría
La identidad catalana se nutre de muchas cosas...
Sí. Y, además, pasa por etapas históricas muy variadas. En ciertos momentos algunos símbolos están más presentes que otros, es decir, que los referentes catalanes que tenemos ahora no son exactamente los mismos que tenían nuestros abuelos.
¿Considera que hay figuras o elementos que se han mitificado más y que, con el tiempo, han perdido peso?
Hay mitos o instituciones que en ciertos momentos tienen un papel muy destacado y que, en otros, ya no. Piensa en el Barça. Se ha convertido en un símbolo en los últimos 50 años. Hace 150 no existía, pero es que tampoco existía el deporte. Por tanto, dentro de un siglo, vete tú a saber qué referentes tendrán nuestros descendientes. Todo esto va cambiando. Aceptamos herencias, pero incorporamos cosas nuevas que son invenciones de la tradición. En un momento u otro, todo se inventa y luego se difunde.
La memoria fluctúa, pero hay algunos referentes que permanecen, como el catalán. Ha sido un elemento fundamental en nuestro caso. Hay identidades que han perdido su lengua, pero que se han mantenido. El irlandés prácticamente desapareció, pero no así la identidad irlandesa, porque está ligada a otros elementos como la religión o el sentimiento anti-inglés. El irlandés no tenía una tradición literaria fuerte como el catalán.
Catalunya es una nación sin estado que no ha perdido su lengua, a pesar de los reiterados intentos de eliminarla. ¿Cuál ha sido la clave?
El catalán resiste por dos razones. Por un lado, porque tiene una tradición literaria importante que viene de la Edad Media. Y, por otro, porque la gente mantiene el uso de la lengua a pesar de las imposiciones oficiales. No ve la necesidad del cambio, no ve que haya una mejora.
Catalunya ha vivido distintos momentos históricos, desde el Decreto de Nueva Planta hasta la dictadura, en los que se ha intentado aplastar la lengua. Ahora, en cambio, no hay una imposición evidente, pero el uso social ha caído en picado.
Claro, entre otras cosas, porque hemos vivido un proceso migratorio excepcional en los últimos 25 años. Buena parte de los recién llegados son latinoamericanos que ya hablan castellano, pero eso también ocurrió en la época franquista, cuando llegó la oleada de migrantes del sur de España. El tema de las lenguas siempre ha sido complejo.
Entonces, ¿por qué ha resistido la lengua catalana?
Ha resistido porque hay amplios sectores de la sociedad que no están dispuestos a renunciar a su uso. Consideran que es su lengua e intentan —cosa que no es fácil— impulsar políticas hacia los nuevos catalanes para que intenten aceptarla y arraigarse al país. Esto pasa por entender que deben hacer el esfuerzo de conocer el lugar donde quieren quedarse para siempre. No se trata de una migración provisional. No son inmigrantes, son los nuevos catalanes, y deben entender que esta tierra tiene unas características peculiares.
La lengua catalana ha persistido porque hay amplios sectores de la sociedad que no están dispuestos a renunciar a su uso
¿De qué tipo de políticas hablamos?
Hay que combinar políticas públicas con políticas hábiles desde la sociedad civil. Se necesitan espacios de asimilación e integración no conflictiva ni forzada. Pongo como ejemplo las colles de castellers. No hay barrio en Barcelona sin su colla, y en muchas de ellas hay niños de 30 nacionalidades distintas. Hay que empezar desde la base. No solo desde la escuela, sino también en espacios de ocio. Los niños seguirán hablando su lengua en casa, pero cada vez será más fácil que acepten lo que es genuinamente catalán. Que no lo entiendan como una imposición, sino como algo propio. Tenemos la suerte de que siempre hemos sido un país de mestizaje. Aquí ha llegado mucha gente de fuera y siempre hemos tirado hacia delante. Ahora tenemos un nuevo reto y tenemos que ser hábiles.
Pocos países se escapan de la multiculturalidad. ¿Qué hacemos ante eso? ¿Debemos renunciar a nuestra lengua para pasarnos a la más poderosa? ¿Tenemos que hablar todos inglés o chino? No estaríamos renunciando solo a un instrumento de comunicación. La lengua es más que algo práctico. Es el vehículo de unas tradiciones y un legado de siglos que, simplemente, no se pueden traducir. Por tanto, en una sociedad tan compleja como la catalana, a nadie se le pedirá que renuncie a su lengua, sea el castellano o el pakistaní. Lo que se le dirá es que también debe conocer la lengua catalana y los rasgos más importantes del país en el que está.
Se necesitan espacios de asimilación e integración de la lengua no conflictivos ni forzados
El 11 de septiembre, la Diada Nacional de Catalunya, conmemora una derrota. ¿Qué dice eso sobre la manera en que entendemos nuestra identidad e historia?
Hubo mucho debate. Durante la Segunda República se celebraba el 11 de septiembre, pero en el Estatuto de 1932 no se dice nada sobre la Diada Nacional. Los expertos se preguntaban si había que convertir una gran derrota en un referente. Había quien decía que, precisamente, era la forma de recordar que perdimos unas instituciones y que queremos recuperarlas. Ese pensamiento echó raíces porque cuando se empiezan a hacer manifestaciones alrededor de la estatua de Rafael Casanova a finales del siglo XIX, la respuesta oficial española es represiva. Primero hay cierta tolerancia, pero luego se considera que es una subversión contra España.
Cuanta más represión, más nos aferramos.
Lo mismo ocurrió con Els segadors o con la senyera catalana. Cuando los prohíben, adquieren una connotación política aún más clara. Cuando los símbolos son mal vistos por quien te niega tus derechos, los haces más tuyos.
También podríamos incluir el 1 de octubre en ese saco.
Hay unas cincuenta localidades catalanas que han dedicado una plaza o una calle al 1 de octubre de 2017, no al 27 de octubre [el día que el Parlament aprobó la declaración de independencia, sin efectos legales reales]. El día 1 es más reivindicable porque es una manifestación del derecho a decidir. Participó mucha gente que, en muchos casos, fue duramente reprimida. En cambio, la votación del Parlament no tuvo recorrido, fue un fracaso político.
Francesc Macià es el hombre que tiene más plazas y calles en Catalunya. Nadie lo ha ordenado y eso es muy significativo. Esta es una forma de saber cuáles son los verdaderos referentes.
¿Catalunya tiene episodios incómodos en su historia?
Tenemos episodios y monumentos incómodos. En el libro hay un apartado sobre un país conflictivo, una memoria dividida. La memoria es muy compleja, es un conjunto de referentes que surgen de tu personalidad. Tienes una identificación de sexo, de familia, de religión, de país, a nivel ideológico. Es un conjunto. Pero claro, hay diversidad. En este país hemos vivido rupturas internas y hemos tenido carlistas y liberales. Eran tan catalanes unos como otros. Monárquicos y republicanos, clericales y anticlericales, cada uno ha generado una pequeña memoria de su grupo.
Hay referentes que son más o menos intensos para algunos, y también depende mucho de las coyunturas. Los poetas, por ejemplo, jugaron un papel muy importante en el siglo XIX, pero ahora…
Quizá han tomado nuevas formas.
Quizá van por otros caminos, como la televisión o las redes sociales. Cada momento tiene sus instrumentos. Es muy importante la tradición oral. Durante muchos siglos, la mayoría de la gente era analfabeta y toda la información les llegaba oralmente o por iconografía, es decir, grabados, dibujos, etc. La madre de Jacint Verdaguer le cantaba la versión de Els segadors del siglo XVII. La familia conservó el canto que, posteriormente, los catalanistas transformaron y al que pusieron música.
¿Transmitimos actualmente toda esa memoria?
Se transmite por múltiples vías. En las escuelas se transmite a través de los profesores, de los libros y de los dispositivos informáticos. Pero los medios de comunicación también juegan un papel importante. Ahora tenemos youtubers e influencers, que los hay de todo tipo. Habrá debate.
Vivimos en una sociedad muy frenética donde todo se consume rápidamente. ¿Puede predecir cómo serán los referentes del futuro?
Me cuesta mucho especular sobre el futuro. Los cambios son rapidísimos. En medio siglo hemos visto una transformación absoluta y aún habrá más. El gran peligro es el mundo global, en el que un país pequeño como Catalunya puede quedar cuestionado o abandonado. Pero eso puede pasar con muchos otros países, todos tenemos que espabilar. Los referentes irán cambiando, aparecerán identidades complejas que serán globalizadoras por un lado, con muchos elementos europeos por otro, y también hispánicos y catalanes.
El gran peligro es el mundo global, en el que un país pequeño como Catalunya puede quedar cuestionado o abandonado
Ya para acabar, estamos a las puertas de Sant Jordi. ¿Por qué es tan importante para los catalanes?
Sant Jordi es un patrón tradicional de muchos países: Inglaterra, Georgia o Grecia. Es una leyenda medieval muy extendida en Europa. En Catalunya, por una serie de razones bastante complejas, el Govern también lo adopta. Desde principios del siglo XVII hay un Sant Jordi en el Palau de la Generalitat y en la iconografía oficial catalana del siglo XIV y XV también aparece. Es un referente que, después de 1714, es poco reivindicado. Podríamos haberlo elegido como Diada Nacional de Catalunya, pero no es combativo, no tiene connotación política. Sant Jordi es la primavera y la rosa.
Las autoridades españolas de la dictadura de Primo de Rivera decidieron, además, mover el Día del Libro —que antes se celebraba en octubre— a la primavera. Dijeron que a partir de 1931, la fiesta de la literatura coincidiría con Sant Jordi, que acabó siendo ocho días después de la proclamación de la república. Fue pura casualidad, pero la Generalitat hizo suya esa fecha, la primera gran fiesta republicana. A partir de ahí, ya fue imparable. El franquismo no se atrevió a prohibirla.
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